jueves, 16 de mayo de 2013

Elogio del cobarde

Elogio del cobarde
Por: David Sandoval

Hace ya unos cuantos años que participo en eventos de recreación histórica. Sobre todo, en temática romana republicana (mi favorita) o griega clásica. Y en estos eventos, no nos engañemos, se participa en gran medida con un espíritu heróico-mitológico. Esto es, todo el mundo desea ser Julio César, Alejandro Magno, Marco Antonio, incluso Augusto. Todos quieren remedar al guerrero o soldado heróico, épico, al Gerard Butler de grandes mandíbulas en "300" o a un Tito Pullo o un Espartaco (versión moderna de gimnasio...) En suma, todos quieren estar en primera línea, mostrar su equipo, su panoplia, su "ardor guerrero", su bravura, la belleza de su figura aguerrida, la virilidad suma...


¿Todos? No, yo ya no. Desde hace unos pocos años, tengo una impresión que trato de aplicar. La de que recreamos (con todo lo que eso implica y, en otro momento, puedo disertar sobre ello) un porcentaje cada vez menor de lo que podría ser real. De momento, ya excluímos a un 50% de la población (la femenina) al centrarnos en una actividad que era esencialmente masculina. Dentro de ese 50%, por otro lado, tendemos a escoger las piezas y equipos que pertenecieron a personalidades ricas, influyentes, nobiliarias. Esto es, tenemos a ese 5-10% escaso de individuos que eran lo suficientemente poderosos como para permitirse lujosas armas, armaduras, costosos escudos, panoplias y otros elementos definitorios de su condición social. Y de ese 5-10%, desde luego no hemos encontrado todo. Esto es, realmente, ¿cuánto tenemos?




Por suerte, hay ensayos que van ya rompiendo las tendencias clásicas en el estudio del mundo clásico. Porque ese es otro tema (y para disertar en otro momento sobre ello, también) y trata de la fijación dogmática de determinados aspectos del conocimiento del mundo clásico. ¡Cuántas veces he escuchado el "esto era así", sin más duda, sin más valoración! Hay, sin duda, una certidumbre magnificada por la ignorancia de cuanto no se conoce. Y eso provoca, al final, algunos malentendidos y fijaciones que no ayudan en nada a la divulgación. Pero divago... los ensayos que comento, actuales, son "60 millones de romanos", de Jerry Toner (ed. Planeta, 2012) y "Los olvidados de Roma", de Robert C. Knapp (ed. Ariel, 2011). No es algo nuevo; ya Sergei Kovaliov  o Géza Alföldy trataron aspectos sociales con más ahínco de lo usual, y la tendencia, eliminadas las "categorías" en que se suelen circunscribir a determinados historiadores, demuestra que hay un vasto campo de investigación en ese 90-95% de población del que, realmente, muy poco se sabe. 

Y aquí entra mi minúsculo granito de arena. En la recreación de batallas, como digo, todos desean engalanarse, ocupar la primera fila, que los espectadores se hagan fotos con ellos... algunos, como yo, pensamos en otro mensaje. El de los hombres (dejamos de lado aun a las mujeres, pero ganamos ya un 40-45% más...) que vivían miserablemente o, simplemente, como podían. Campesinos, artesanos, comerciantes sencillos, fabriles, industriosos, empobrecidos, deudores... la gente que de verdad formaba las sociedades, que seguía las directrices de sus gobernantes o se oponían a ellas como podían. Y en la guerra, como en toda actividad, su comportamiento sería como el de todos los demás; valiente, insensato, alocado, prudente, ignorante, cobarde... yo hago un elogio de la cobardía, y mis motivos son simples.



Imagínense ustedes como un campesino (heleno, asiático, europeo, latino o íbero) que un día es reclutado por los motivos que sean. Y se encuentra, de pronto, armado (una lanza, un escudo, un casco, una espada...) y frente a él divisa, primero a centenares de metros, una masa en movimiento, regular, polvorienta, ruidosa. Luego, cuando la boca se le seca y las palmas de las manos sudan, esa masa se acerca y van perfilándose rostros, hombres como él, armados, relucientes, con armas. A medio centenar de metros, aun no ha entrado en el choque, pero ya le han tirado piedras, jabalinas, proyectiles de todo tipo. Y piensa en su casa, en su tierra, sus padres, sus hermanos, la familia, la gente que ama... y que todo puede perderlo, dolorosamente, entre barro, sangre (la suya) y terribles heridas. 

Yo siempre que hago una recreación de hoplitas griegos o legionarios republicanos romanos, hago lo mismo al acercarme al choque; tiro mi escudo, arrojo mi lanza, me doy la vuelta y corro. El público se sorprende, algunos se ríen, los más se chotean. Pero alguno ya tiene plantada esa semilla de la duda, de que la guerra, como dice Píndaro, es muy dulce para el que nunca la experimentó.

Y a mí me gusta vivir, y volver al hogar...